‘L.A. Zombie’ de Bruce LaBruce: La extraña película de un zombie gay adicto al sexo

El zombie como recurso simbólico para hacer referencia a los sistemas disfuncionales y alienantes que integran nuestra sociedad se convirtió en una constante desde que se estrenase La noche de los muertos vivientes. No obstante, la muerte y la resurrección ya habían sido utilizados en el mundo de la ficción y ya había empezado a desarrollarse un mundo metafórico de lo más interesante en el que, por ejemplo, el concepto de carne viva (como por ejemplo en el clásico Frankenstein de Mary Shelley) hace referencia al hecho de sentirnos ajenos y fuera de nuestra propia piel, de nuestro entorno y de nuestro mundo.

L.A. Zombie, de Bruce LaBruce se contextualiza en esta fascinante fórmula narrativa. Durante aproximadamente una hora, la cinta repite escenas de muerte y resurrección en donde un zombie perfecciona su gusto por las víctimas depredando a indigentes y delincuentes.

Todo empieza cuando el protagonista, François Sagat, sale del océano turbulento y decide dirigirse a Los Ángeles. En el trayecto, un desconocido, Rocco Giovanni, se ofrece a llevarle pero, entonces, sufren un accidente. ¿Qué hace nuestro zombie, François Sagat? Procede a tener sexo con (atención) la cavidad en el pecho del desconocido sirviéndose de su (enorme, por cierto) polla de muerto. El encuentro incluye una eyaculación de color negro que… ¡sorpresa! misteriosamente devuelve a la vida al desconocido. Además, al mismo tiempo, él experimenta con ello un extraño cambio de humor.

A lo largo de la historia podemos ver cómo se representa su naturaleza de no vivo a partir de diferentes estados y apariencias. Podemos verle pintado de color verde o azul y salpicaduras de sangre como una forma de poner de manifiesto el concepto de decadencia. También podemos verle en otras ocasiones en que presenta una tonalidad aún más verde y con colmillos que sobresalen entre los cortes y orificios de su rostro. Quizá esta última sea una forma de representar el estado esquizofrénico de Los Ángeles o la esquizofrenia latente que existe en la mentalidad de Los Ángeles. ¿Se trata de un zombie al que seguimos la pista o, en realidad nos encontramos ante un espíritu que trata de limpiar la ciudad de sus propios pecados? Sea como sea, detrás de su narración hay conceptos de tipo social conectados con las evocadoras imágenes que construye de LaBruce.

Es algo difícil de saber. Como fan de LaBruce me había preparado para pasarlo en grande con su disruptiva visión zombie del p*rn* gay duro. Al verla, no quedé decepcionado y la fotografía de Carman me pareció exquisita. Los colores brillantes se mezclan con el gore puro en algo tangiblemente sangriento. En las escenas en las que Sagat camina solo por las soleadas calles desiertas de Los Ángeles, podemos sentir su confusión y saborear lo perdido que se siente. Somos capaces de percibir ese estado zombi teñido de tristeza y melancolía, probablemente, resultado de la enfermedad social de la que trata de redimirse con su polla de no muerto. Y, con ella, se folla los corazones y los cerebros de los hombres, redimiendo a la humanidad casi a través de una especie de alegoría fanática, casi religiosa. La fe se fusiona con el arte y el sexo generando un interesante marco creativo para el sobreexplotado género zombie.

Como único punto negativo podría decir que es una película bastante inconexa y este desequilibrio a veces hace que parezca más larga de lo que en realidad es. A partir de la tercera escena de contenido sexual comienza a perderse ese sabor a arte para acabar siendo exclusivamente un material de tipo casi puramente porn*gráfic*.