
La epidemia del sida en los 80: Morían por falta de contacto humano
Principios de los años 80. Estados Unidos. Una epidemia mortífera estalla poniendo en jaque a la comunidad científica y derivando en una intensa alarma cuando el virus atraviesa las fronteras del país y el continente. El escenario es siempre el mismo: Jóvenes aparentemente saludables llegaban en decenas a los hospitales con síntomas comunes: Diarreas, adelgazamiento y tos intensa. Al poco tiempo todos morían.

Los equipos médicos no saben a qué se están enfrentando y la situación acaba derivando en un caos dentro de las propias administraciones y por supuesto en las calles. Es entonces cuando se empiezan a adoptar medidas preventivas para proteger a la población y tratar de frenar el avance de la epidemia. Incluso muchos hospitales toman una determinación: No atender a estos enfermos por temor al contagio. Cada vez se hace más habitual encontrarlos en las inmediaciones de los centros médicos, a sus puertas, con la esperanza de recibir una ayuda que nunca que llega.
Los hechos se enmarcan en relatos muy similares alrededor de todos los continentes. Todos ellos reflejaban algo claro: Una misteriosa epidemia estaba asolando a los habitantes de todo el globo.

No fue hasta 1983 en Francia que un grupo de investigadores del Instituto Pasteur bautizó aquella enfermedad contagiosa como el Virus de la Inmunodefiniciencia Humana o VIH.
Se descubrió que se transmitía a través del intercambio de sangre. Esta podía darse en transfusiones a enfermos que no estaban controladas, la utilización de material médico contaminado, jeringuillas (tanto por médicos como por adictos a las drogas de tipo inyectable), cortes superficiales o heridas de personas diferentes que entraban en contacto o el propio acto sexual. Sin embargo, aún cuando se hizo este descubrimiento las personas seguían muriendo pues aunque se conocían las formas de transmisión, el tratamiento de la enfermedad no había sido diseñado.

Afortunadamente, en la actualidad existe un «cóctel» de medicamentos que es capaz de reducir casi a la totalidad las posibilidades de contagiar a otras personas. Además dicho tratamiento permite sobrevivir a la enfermedad y evitar las complicaciones así como la evolución del virus a su forma mortal: el sida.
Durante muchas décadas desde que se tuvo conocimiento de los primeros casos, los enfermos de VIH morían debido a la ignorancia generalizada con respecto a la enfermedad y la ausencia de un tratamiento eficaz. El VIH adoptó diversos nombres o denominaciones populares, como el «cáncer homosexual» o el «cáncer rosa».

Como podrás imaginar, los hombres homosexuales (que eran un grueso de los enfermos presa de sida) vivieron situaciones verdaderamente dramáticas. La mayoría de ellos quedaron abandonados por todo su entorno. Las familias solían abandonarlos a su suerte, retirando cualquier tipo de contacto o ayuda. A su suerte y sin posibilidades siquiera de alimentarse por sí mismos recurrían a los hospitales que en su mayoría también se negaban a atenderlos o tocarlos por miedo al contagio.
A esto debemos sumar el profundo terror que experimentaban pues no tenían conocimiento de qué era lo que estaba ocurriendo exactamente en su cuerpo. Estas víctimas, eran desahuciadas de la vida y se las llevaba a morir de la forma más cruel: En total soledad, privados de todo contacto humano y sin siquiera saber qué les estaba ocurriendo en su interior.
Curiosamente, los enfermos de sida sólo encontraron los brazos abiertos de algunas organizaciones religiosas muy residuales que les ofrecían amparo. Una de ellas, probablemente la más conocida fue la que llevó a cabo la Madre Teresa de Calcuta. Esta mujer, ya canonizada por la Iglesia Católica, dedicó su vida a ayudar a aquellas personas excluidas de la sociedad: Leprosos, huérfanos, tuberculosos y también, enfermos de sida.
Sin embargo, esta mujer (y la Iglesia en general) hacía una distinción enorme entre estas víctimas señalando a los homosexuales como unos pecadores. En una de sus entrevistas, la Madre Teresa fue clara cuando una persona del público le preguntó «¿Cree que el sida es un castigo de Dios?». Concretamente dijo: «El sida es simplemente una retribución justa por una conducta sexual impropia.«.

Por lo cual, a pesar de que estos homosexuales enfermos de sida recibían los brazos abiertos de este tipo de organizaciones, ya podrás imaginar cómo pasaban los últimos días de su vida. Arrepintiéndose. Estos enfermos primero recibían el rechazo y abandono de sus familias, después de las instituciones, más tarde de la sociedad y por último, se culpaban a si mismos por haber nacido homosexuales.
Sin embargo, no debemos señalar injustamente a la Madre Teresa de Calcuta, pues al final (dentro de su ideología) fue una mujer adelantada a su tiempo de hecho para crear un refugio para los enfermos de sida (que se llamó «Gift of Love«) tuvo que batallar con los vecinos de la zona donde se instaló dicho refugio y alejarse de las recomendaciones que imperaban en aquellos momentos.
La Madre Teresa de Calcuta abrazó y besó a los enfermos de sida, y trató de darles amor, junto a su grupo de misioneras. Un dato impresionante, teniendo en cuenta que se sabía muy poco sobre la enfermedad y corría el riesgo de contagio.
Junto a ella, destacó también el papel de Lady Diana Spencer, un verdadero icono de los 80 que osó a presentarse en un hospital cuando no se tenía a penas información sobre el VIH. Allí tocó a los pacientes deshaciéndose de las medidas de protección que el equipo del hospital había recomendado. De hecho, las fotografías de Lady Di dando la mano a los enfermos de sida sin siquiera usar guantes dieron la vuelta al mundo y generaron un gran revuelto dentro de la casa real.
De hecho, uno de los periodistas presentes aquel día dijo que Diana le había devuelto la dignidad a aquella persona con ese apretón de manos y ese abrazo. Por su parte, la princesa declaró “El VIH no hace que sea peligroso conocer a las personas, así que puedes estrecharles la mano y darles un abrazo. El cielo sabe que lo necesitan”.

Estamos hablando de un momento en el que el miedo social podía estar más o menos «justificado». El problema se produce cuando un estigma tan brutal como el que sufrieron los enfermos de sida permanezca o queden resquicios de él décadas después y cuando ya hay información suficiente para saber que no hay nada que temer.
Hoy en día aún es necesario que se lancen campañas de sensibilización sobre una enfermedad como el VIH a pesar de que es algo totalmente controlado, cuenta con tratamiento y las posibilidades de contagio son realmente ínfimas.
Hoy en día, continúa siendo un tabú tener VIH y se discrimina a los afectados aislándolos de una forma similar y realmente injusta que además perjudica su salud. Y es que… ¿Sabías que la falta de contacto humano puede hacer que una persona muera?

¿Qué importancia tiene el afecto en la salud?
Amor, cariño, afecto y salud. Desde el pasado se ha tratado de explicar cómo se relacionan estos conceptos aparentemente tan distintos. Después de una gran cantidad de estudios científicos se ha llegado a la conclusión de que recibir amor, afecto y cariño es una necesidad tan importante como beber agua, comer o dormir. ¿Sabías que si una persona es aislada de la sociedad y no recibe cariño acaba teniendo un peor estado de salud y en circunstancias extremas podría incluso perder la vida?
Es lo que ocurrió con los enfermos de sida en la pandemia de los setenta y ochenta. En aquellos momentos, no existía una cura, por lo que de haber recibido cariño, contacto y amor hubiesen muerto de igual modo. Sin embargo, lo más probable es que hubiesen aguantado mucho más tiempo vivos y con las defensas más fuertes. ¿Sabías que la falta de amor, cariño y contacto hace que las defensas se debiliten y el sistema inmunológico sea mucho más vulnerable? Cuando se padecen enfermedades graves como el sida, el aislamiento y la falta de amor suponen un riesgo bastante grave y que puede generar daños irreparables o incluso la muerte.

Te preguntarás… ¿Pero cómo es posible? Algunos de los estudios más aceptados por la comunidad científica han sido elaborados por prestigiosas universidades como la de Harvard (por ejemplo, este). Sin embargo, pocos de ellos han sido tan claros y determinantes como el desarrollado hacia la década de los 50 del siglo XX por el investigador Rene Spitz.
Después de haber pasado muchos años trabajando en orfanatos pudo percibir un fenómeno muy sospechoso: Dentro de estos centros existía un índice de mortandad abrumador. En un principio se tendió a pensar que estas muertes eran provocadas por la falta de limpieza de estos lugares y la presencia de virus contagiosos. Sin embargo, nuestro investigador se atrevió a construir una hipótesis algo menos convencional: ¿Y si estos niños morían por falta de amor en realidad?
Para probar esta idea decidió hacer una comparación de un grupo de niños criados en cunas de hospitales aisladas con otros niños que eran criados por sus propias madres dentro de prisión. Si en realidad, el índice de muertes en los orfanatos se debía a las precarias condiciones higiénicas y la presencia de patógenos, entonces los niños de la cárcel deberían tener peores resultados. Sin embargo, no fue así.

¿Sabías que el 37% de niños criados sin contacto humano en un hospital murieron? Sin embargo, de aquellos niños que fueron criados por sus madres en la cárcel no murió ninguno. Además, la cosa no quedó ahí. Aquellos niños que fueron criados con constante contacto en prisión crecieron más rápidamente, mucho más fuertes y resistentes a enfermedades. Sin embargo, aquellos niños que crecieron faltos de contacto y amor tenían mucha mayor tendencia a contraer enfermedades y desarrollar problemas psicológicos.
A pesar de que este estudio despertó una gran controversia y recibió críticas negativas, hacia 2007 la ciencia dio la razón a Spitz. En este caso se llevó a cabo un estudio muy similar en Rumanía y en él se comparó el nivel de salud de aquellos niños que crecieron en orfanatos y otros que fueron adoptados y se criaron en familia. Los resultados volvieron a ser muy claros: Aquellos niños criados en un orfanato crecían con un cociente intelectual inferior y más de la mitad desarrollaría una enfermedad mental.
El encargado de dicha investigación declaró que «el verdadero problema de criar a un niño en un orfanato es que el pequeño no tiene la oportunidad de establecer una relación amorosa con un pequeño grupo de adultos«.
El amor es una necesidad, y por eso resulta tan importante trabajar en la concienciación acerca del VIH y otras enfermedades contagiosas. Retirar contacto, cariño y amor a los enfermos es lo peor que podemos hacer. Sobre todo si no existen prácticamente riesgos de ser contagiados.