
Las terapias de conversión con electroshock y aislamiento extremo regresan a Brasil
Ya con el mandato de Michel Temer se inició la destrucción de la sanidad pública brasileña con enormes recortes presupuestarios y un enfoque claro hacia las políticas de privatización de la sanidad.
Esta misma apuesta se está intensificando con el gobierno de Bolsonaro a niveles alarmantes. De hecho, sus políticas sobrepasan los límites del ámbito administrativo o presupuestario.
Durante el pasado mes de febrero, justo un mes después de que Jair Bolsonaro asumiese el mandato, el Ministerio de Sanidad presentó una nueva propuesta de la Política Nacional de Salud Mental y Política Nacional de Drogas. En el nuevo texto se refleja un retroceso inimaginable donde se destacan dos medidas realmente preocupantes.
Por un lado, el regreso a las terapias dudosamente legales y el uso de electroshock incluyendo a aquellos pacientes que sean menores de edad. Además, se presta especial atención a las comunidades terapéuticas vinculadas con organizaciones e instituciones de tipo religioso. ¿Esto qué significa exactamente? Que las terapias que se hagan dentro de los centros de salud mental escaparán al control estatal y tendrán un carácter evangelizador.
Además de privatizar los servicios de salud mental se apuesta por una ampliación de plazas en los hospitales psiquiátricos y se reduce el monto presupuestario dedicado a los Centros de Atención Psicosocial. Estos centros apuestan por unos tratamientos más humanizados. Sin embargo, la propuesta de Bolsonaro está orientada hacia la medicalización y la deshumanización con técnicas de aislamiento y la supresión de un tratamiento multifactorial y social.

El Consejo Federal de Psicología de Brasil por su parte declaró que esta propuesta «priva al sujeto de libertad, dentro de un sistema que está enfocado al aislamiento y no a su recuperación». En Brasil ya se empieza a hablar de un holocausto manicomial que se refleja en una internación masiva de personas en centros sin control estatal y donde morirían de forma masiva. Esto recuerda a lo que ocurrió en la década de los 60 y 70 en el Hospital Colonia de Barbacena, donde murieron más de 70.000 personas que resultaban indeseables para el estado. Entre ellas se encontraban prostitutas, homosexuales, mendigos o adolescentes embarazadas.
En realidad, lejos de ser centros de salud mental, se trataba de hospitales o cárceles con una escasez de recursos abrumadora y unas condiciones altamente insalubres. De hecho, tenían más similitud con los campos de concentración nazis y se trataba en realidad de mataderos donde la entrada significaba la muerte.
A pesar de que en 1987 el movimiento antimanicomial se organizó dentro del país y consiguió una gran evolución, Bolsonaro pone en marcha una vuelta atrás en el tiempo para traer este infierno otra vez a Brasil.
Además, en el texto se reconoce que los psicólogos actuarán en terapias de reversión sexual y tratarán la homosexualidad como se hacía en el pasado, es decir, como una enfermedad curable. El resultado es un modelo en el que a través del fundamentalismo religioso se despoja de humanidad y dignidad al ser humano.
Por lo que parece, el electroshock, los manicomios y las curas anti-gay vuelven al país repleto de una extensa sombra de horror.