Un pasivo para 15 activos: Una prueba de entrenamiento en el ejército romano

La historia no suele ser una forma de diversión común, sin embargo, existen datos realmente anecdóticos y sorprendentes dentro de los libros que quizá no habías podido ni imaginar.

Un buen ejemplo es la antigua Roma, y especialmente dentro de su ejército. ¿Sabías que la homosexualidad antes de que apareciese el cristianismo era totalmente aceptada a nivel social y que se daba con mayor asiduidad dentro del ejército romano? De hecho, la práctica de relaciones sexuales era totalmente común dentro de las rutinas de entrenamiento. A pesar de que esto pueda parecer el guión de una película X, la verdad es que era un hecho absolutamente normal, y de hecho institucionalizado.

El cuerpo del ejército romano estaba totalmente organizado siguiendo una estructura jerárquica. Del mismo modo que ocurre en la universidades hoy día, aquellos hombres que eran nuevos o «noveles» recibían el nombre tirones o bisoños.

Debido a su inexperiencia debían habituarse a la experimentación de situaciones límite y por ello se implementó un entrenamiento de alta dureza para que pudiesen rendir bien como equipo de defensa. El objetivo era que se habituasen a experimentar el dolor y soportarlo con la mayor resistencia.

Una de las rutinas de entrenamiento consistía en la exposición a una larga y hardcore sesión de sexo gay. Durante las sesiones el tirón debía participar como un sumiso pasivo y aguantar las penetraciones de quince soldados activos de una forma altamente agresiva hasta eyacular dentro de su propio ano. Debemos tener en cuenta que por aquel entonces no existía ningún tipo de producto especial para la lubricación por lo que únicamente se valían de agua o productos naturales como el aceite.

La finalidad de todo esto era que el joven militar experimentase una gran dosis de dolor y lo soportase. El hecho de que superase la prueba lo convertía en una persona más valerosa y al final más respetada por todos sus compañeros. Además, para más inri, el soldado no podía emitir ni un sólo quejido mientras estaba siendo penetrado violentamente.

Si lo hacía, el propio soldado que le estaba penetrando estaba en la obligación de cortarle literalmente el cuello con su daga. Increíble, ¿verdad?